Por Lucile de La Reberdiere

Sabemos del inconsciente colectivo, la memoria colectiva o incluso los arquetipos descritos por Jung. En muchos sentidos, ya venimos nombrando este fenómeno poco conocido, y sin embargo, tan propio de los seres humanos: el egregor. Pero así como nosotros somos capaces de generar toda esta conciencia compartida, ella también tiene el poder de afectarnos…

Un egregor es producido por una poderosa corriente de pensamiento colectivo. Cuando un gran número de personas se concentran juntas sobre el mismo tema con la misma intensidad, desarrollan una energía común. Todos sabemos acerca de este efecto estimulante, que podemos comprobar al compartir con otros un buen proyecto y un momento intenso. La actividad concentrada recoge las intenciones de cada uno en una conciencia colectiva que parece llevar el conjunto. Pero detrás de la impresión personal, un conjunto de procesos regulados se desarrolla entre nosotros.

Una emoción activa los átomos en nuestras células, convirtiendo al cuerpo en una batería capaz de fabricar su propia energía. Por lo tanto, por la pura fuerza de la emoción mutua e incluso sin darnos cuenta, conectamos nuestras fuentes de energía y creamos una más grande, global. Como conectados entre sí, vibramos en la misma longitud de onda. El voltaje es lo suficientemente alto como para el surgimiento de un espíritu de grupo. “El bioquímico Rupert Sheldrake habla de campo morfogenético. El sentir de una persona ejerce una fuerza sobre la otra. Este movimiento, por resonancia, influirá en sus comportamientos y pensamientos”, dice Rosa Claire Detève, capacitadora en psicología cuántica. Pero ese espíritu de grupo no es más que el resultado pasivo de un instinto gregario.

Pierre Mabille, médico y antropólogo, cercano a los artistas del surrealismo, consideraba que el egregor poseía “una personalidad diferente a la de los individuos que lo componen”. A nivel individual, por ejemplo, sabemos que a veces un pensamiento arraigado por largo tiempo terminará a veces por sobrepasarnos. De alguna manera se convierte en autónomo y actuará en nosotros mientras lo alimentemos con nuestras creencias. Del mismo modo, el egregor es una entidad vitalizada. Actúa como un almacenamiento de energía, impulsado por los sentimientos, deseos, ideales y temores de sus miembros. Cuanto más numerosos son, tanto más se fortalece el egregor para influir en sus vidas.

Una conexión heredada

“Desde el momento en que, al menos dos personas, comparten una visión, forman un egregor. Algunos tendrán una vida útil corta, otros durarán por siglos: una historia de amor puede durar unos pocos días, el egregor de la iglesia católica tiene más de 2.000 años”, dice Alain Brêthes, quien ha escrito extensamente sobre la fenómeno. El autor ha clasificado al egregor en tres categorías. Los egregores neutros son los más numerosos. Estos son las amistades del barrio, los círculos profesionales o grupos de amigos de toda la vida. Estos egregores no son muy inductivos en términos de pensamiento. Las personas comparten cosas pero viven sus vidas cotidianas sin que esto tenga un impacto real en su psique.

Luego nos encontramos con los llamados egregores “limitantes”; son los egregores del ego. El individuo tiene que adoptar las creencias y los patrones de comportamiento del grupo. Este es el caso de los partidos políticos, las religiones. Son sin duda los más poderosos dado que son los  egregores más plena y ampliamente compartidos. El egregor suele apoyarse en imágenes. Y, en todos los tiempos, las sociedades han relacionado sus convicciones con un fuerte simbolismo. Sin embargo, es el ser humano quien proyecta su pensamiento precisamente en el símbolo. Es la manifestación formal de la energía latente orientada a su cumplimiento. Típicamente, la Estrella de David, la cruz latina o el yin y el yang, se utilizan para apoyar la visualización y el punto de contacto entre los miembros que celebran su fe, haciendo crecer así su egregor. En el extremo de esta categoría están los radicales, las pandillas y las sectas.

Por último, los egregores “fructíferos” son los que elevan a la conciencia, tratando de unir y reunir, los que expresan los valores de la justicia, la equidad y la bondad. Son las energías útiles para la comunidad mundial, que adoptan la forma de corrientes de la psicología humanista, asociaciones humanitarias o movimientos espirituales contemporáneos.

Todo es Egregor

“Observe una cena entre amigos: siempre hay uno que hace reír, alguno que refunfuña, etc. Cada uno juega un papel que deja de lado en el momento que vuelve a casa. Ellos mantienen su egregor. Un partido de fútbol con su equipo favorito, la vuelta a la escuela de su hijo o un almuerzo en casa de la familia… Vivimos permanentemente entre áreas sociales invisibles, muy condicionantes. Incluso alguien que quiere escapar de este fenómeno yéndose a vivir en una isla desierta, sigue vinculado al egregor de las personas que aspiran a aislarse en una isla desierta”, se ríe el autor. No obstante, y a veces demasiado fuertemente, puede dar la impresión de estar siendo atrapado en la existencia del otro. “Por lo tanto -hace hincapié Kaly-, es magnetizador; no se debe confundir Egregor con posesión. Se deja un egregor alejándose de la gente o las ideas que nos atan a él. Esto puede ser difícil, pero no hay nada más que se pueda hacer”. En ese caso, la psicoterapia puede ser una manera de tomar conciencia del parásito “energético” que son producidos por los valores de nuestro círculo o nuestra comunidad.

Pero dejar un egregor no es más que la ocasión de unirse a otro. Un claro camino de vida simplemente elegirá siempre con el corazón sus fuentes de inspiración. “Porque – insiste Alain Brethes –, no se puede escapar de ella. Todo es egregor, es el arquetipo universal, aquello que condiciona nuestros actos”. Cuando un niño nace y tiene su primer respiro, no solo se conecta al egregor de la familia de la que forma parte, sino también al egregor de su país y de su historia. Absorbe una cantidad de la energía colectiva que no le pertenece a él, pero que la hará suya. “El egregor es la contra parte psíquica de un grupo de personas”, añade. Él, por lo tanto, vive en base a un plan físico a través de seres que lo portan, y sobre un plano astral. Este es un espacio intermedio, una especie de canal que nos conecta con nuestra dimensión etérea, muy profunda. Es a través de aquello que se comunicarán las energías sutiles de unos a otros, unificándolos, formando así el egregor. Así que no hay necesidad de estar físicamente juntos; el egregor es como el negativo de nuestra experiencia vivida, una realidad alternativa en la que estamos en presencia unos de otros.

La relación entre el carácter invisible e intangible de esta energía, y su poder muy tangible, crea muy rápidamente su dimensión sagrada. En algunas corrientes ocultistas, el egregor es un soporte ritual. Los primeros en explorar su potencial egregórico, fueron los masones, conectados en todo el mundo y épocas por sus misteriosos códigos e iniciaciones. Las escuelas esotéricas utilizan el egregor como una poderosa herramienta de adivinación. El chamanismo también crea una puerta de acceso a la energía universal a través del trance y las ceremonias colectivas. Pero hoy en día, nuestra sacrosanta ciencia moderna también tiende a apoderarse del fenómeno.

Aura universal

Luego de un poco más de quince años, una discreta teoría está revolucionando nuestra comprensión de la conciencia humana. El “Global Consciousness Project” (Proyecto de Conciencia Global) es una experiencia parapsicológica que comenzó en 1998 en el seno de la prestigiosa Universidad de Princeton, en los Estados Unidos. La iniciativa, que reúne a científicos e ingenieros, busca establecer la existencia de una actividad energética universal a través de un generador de números aleatorios, una pequeña caja originalmente diseñada para detectar el movimiento de los pensamientos de un conejillo de indias. Después de haber probado su eficacia en una persona a la vez, se ha probado el dispositivo (llamado Egg [huevo]) en un grupo. Se reunió a una treintena de personas y se les invitó a hablar y moverse como mejor les parezca. El dispositivo de medición, situado en una esquina del lugar de trabajo, no reaccionó. Pero cuando se pidió al grupo que se sentara y mediten juntos, el aparato pareció capturar la sinergia y dibujó una curva. El descubrimiento causó el efecto de una bomba en la comunidad científica. Pronto, decenas de dispositivos Egg fueron enviados a los cuatro rincones del mundo, desde Alaska a Fiyi, con una pregunta específica: ¿es posible detectar una emoción colectiva a escala global? Los primeros resultados fueron increíbles: durante el funeral de la princesa Diana, los aparatos registraron una variación del campo psíquico en China.

Hasta la fecha, 65 generadores están situados en casi todos los países, incluyendo dos en Francia. Todos unidos en red, ellos van archivando continuamente el encefalograma de la Tierra. Cada vez que un evento mundial se produce, se registran fluctuaciones. Cuanto más son públicamente difundidos esos eventos, son más importantes. El informático Pierre Macias alberga a uno de los dos Eggs franceses, en Toulouse: “El flujo de datos de los sensores tiende a desviarse de los valores esperados cuando hay un evento público que concentra los pensamientos y las emociones de muchos personas. En el día del ataque terrorista del 11 de Septiembre de 2001, la probabilidad de que los sensores registraran dicho cambio ‘por casualidad´ era del orden de 1 en 1 millón… Todavía no sabemos cómo explicar matemáticamente las sutiles relaciones entre eventos importantes para los seres humanos y los datos, pero son innegables hoy en día. Estos resultados muestran claramente que el mundo físico y el mundo de la mente humana están vinculados en una relación aún desconocida”.

Fuente: http://www.inrees.com/articles/Egregore-conscience-partagee/