El gobierno de Ucrania, así como Israel en Gaza, continúa bombardeando sin descanso zonas residenciales en las regiones orientales “para matar a los terroristas que se esconden por ahí” (pero también a los civiles que viven allí). Los separatistas, llamados “terroristas”, están en estado de sitio. Para romperlo, han lanzado una contraofensiva sangrienta al Sur, también con bajas civiles allí. La tensión se ha incrementado con los rumores (posteriormente desmentidos) de una invasión rusa a gran escala en marcha. Y, sin embargo, una luz de esperanza para la paz finalmente ha aparecido. ¿O es solo una ilusión?

 

Después denunciar durante meses una “agresión encubierta de Putin” contra Ucrania, finalmente los medios de comunicación han producido las evidencias: fotos de satélite de presuntos vehículos blindados del Ejército ruso dentro de Ucrania (aunque no se han dado las coordenadas GPS).

 

En remarcado contraste con esta retórica destinada a inflamar los ánimos, cinco autoridades de renombre nos han llamado a mantener la calma y repensar la información dada por los medios de comunicación acerca de lo que está sucediendo en Ucrania, haciéndonos recordar que, detrás de las escenas, también la OTAN actúa allí. Y que su objetivo no es solo instalar unos misiles en la frontera con Rusia, sino también (y más importante aún) bloquear el reciente aumento de la multipolaridad haciéndonos regresar a la bipolaridad (duopolio) de la Guerra Fría. ¿Es esto lo que queremos?

 

Así, los acontecimientos en Ucrania van mucho más allá de la Cuenca Donéts en el este, y nos afecta a todos. Vamos a tratar de entenderlos mejor.

 

En julio pasado, Henry Kissinger, el muy conservador ex secretario de estado norteamericano, conmocionó a la burocracia con un artículo de opinión en el Washington Post. En él hizo un llamamiento para poner fin a las hostilidades en el este de Ucrania, así como entre Washington y Moscú. Los “enfrentamientos” y la “demonización de Vladimir Putin” no son políticas, amonestó; sino que son “coartadas para cubrir la ausencia de uno”. Es el momento de negociar.

 

Luego, en agosto y septiembre, aparecieron tres opiniones más sobre la crisis ucraniana, todas del mismo tono y todas dadas por las autoridades en los establecimientos estadounidenses y europeos.

 

• “Occidente por el camino equivocado”, un editorial de Gabor Steingart, editor del periódico  financiero más importante de Alemania, Handelsblatt, escrito en Inglés para obtener la mayor audiencia y aparecido el 8 de agosto de 2014;

 

• “Por qué la crisis de Ucrania es responsabilidad de Occidente”, un estudio realizado por John J. Mearsheimer, distinguido académico en el Consejo de Relaciones Exteriores. El estudio se publicó en la edición de septiembre de 2014 como tema de Asuntos Exteriores, que apareció en línea el 23 de agosto;

 

• “La salida de la crisis de Ucrania: los líderes estadounidenses necesitan hablar con los rusos, no amenazarlos”, un artículo que aparece en la edición de septiembre de 2014 de la revista The Atlantic, escrito por el editor colaborador Jeffrey Tayler, con sede en Moscú.

 

Estas autoridades, así como otros (como el galardonado periodista de investigación Robert Parry en un informe del 10 de agosto), van más allá de Kissinger y desacreditan completamente la narración oficial de los acontecimientos en Ucrania, repetida una y otra vez por nuestros medios de comunicación . De acuerdo con ello, es Putin (quien supuestamente quiere reconstruir el viejo imperio zarista por medio del acaparamiento de un país tras otro) el agresor, quien debe ser aislado y castigado.

 

Nos enteramos ahora, para nuestra sorpresa, que es Occidente (a través de la OTAN) el verdadero agresor en Ucrania. De hecho, es Occidente el que ha diseñado un golpe de estado armado en Kiev el 22 de febrero de 2014, detrás de la cortina de humo de las protestas callejeras, usando milicias neonazis ucranianas y entrenadas en bases de la OTAN en Polonia para atacar el palacio presidencial y obligar al presidente Janukovyč a huir. Eso puso el país en manos de Occidente, que trajo rápidamente al poder, no a los líderes por los que los manifestantes EuroMaidan habían venido luchando, sino a los dirigentes que el Pentágono y el Fondo Monetario Internacional (FMI) querían y habían estado preparando durante algún tiempo. En otras palabras, el movimiento EuroMaidan fue secuestrado. Los matones neonazis pro-OTAN permanecieron acampados en la plaza central durante meses, para asegurarse de que nadie se opusiera.

 

El objetivo del golpe era: (1) permitir a la OTAN instalar misiles en la frontera de Rusia – un objetivo que Kiev y Washington niegan, pero que las declaraciones de la Comisión OTAN-Ucrania y las visitas de la Agencia de Defensa de Misiles de Estados Unidos, confirman; (2) para interrumpir las exportaciones a Rusia por parte de las industrias especializadas en el este de Ucrania (en la URSS, se le había asignado a Ucrania oriental la producción de esos bienes, y el ejército ruso continúa dependiendo de ellos hasta hoy en día); (3) para privar a Rusia de su base naval en Crimea, y tal vez instalar una base naval de la OTAN allí; (4) para que el FMI pueda aplicar su infame “cura” a la economía ucraniana, empobreciendo así aún más a la población, y crear (a las puertas de Europa Occidental) una numerosa fuerza de trabajo tan barata como sucede con el sudeste de Asia, pero mucho más cerca y con mejor educación. Y sin ser carga alguna para los miembros de la Unión Europea (en cuanto a las prestaciones y derechos), ya que Ucrania no será admitida plenamente como miembro de la UE, sino solo como un socio de intercambio económico (adiós a los sueños de EuroMaidan). Esta mano de obra barata permitirá filiales occidentales y sociedades ficticias en Ucrania (que es miembro de CISFTA) para llevar a cabo, entre otras cosas, la guerra económica en Rusia a través del dumping.

 

Por tanto, es claro que la crisis de Ucrania ha sido provocada, no por Rusia, sino por Occidente, con el fin de poner a Rusia en dificultad militar y económica. También es evidente que, al hacerlo, Occidente cometió dos actos ilegales: en primer lugar, diseñando un golpe de estado para derrocar al gobierno electo de otro país, en violación de la Carta de la ONU; en segundo lugar, posibilitando la entrada de Ucrania en la OTAN, en violación del Acta Fundacional de 1997, que aboga por una Ucrania neutral (sin alianza militar alguna).

 

Teniendo en cuenta todo esto, la reacción de Putin – es decir, el haber anexado a Crimea para salvaguardar la base naval rusa allí y el apoyo al movimiento separatista en la región del Donéts (al este de Ucrania) para salvaguardar las industrias indispensables ubicadas en ese lugar y conservar una zona mínima de separación -, debería verse menos como una “apropiación reprobable” por un “oso ruso voraz”, y más como un intento de “salvar el día” y lo que sea posible, luego de la apropiación reprobable de todo el territorio de Ucrania llevada a cabo en febrero pasado por la OTAN y Occidente. Este concepto se ilustra a continuación en un cartel creado por la Red NoWar en Roma, Italia, y mostrado en una manifestación frente a la embajada de Ucrania en Roma el 17 de mayo de 2014. El cartel dice: “Ucrania: ¿quién es el invasor?”

 

Desenmascarar la versión oficial de los acontecimientos en Ucrania, como han hecho los cinco autores antes citados, representa un gran paso adelante: nos da el poder para encontrar una solución al conflicto. Ya no vemos la confrontación militar como inevitable. En cambio, vemos posibilidades muy reales para la negociación de un tratado de armisticio y paz – como, por ejemplo, las sugerencias de Kissinger del mes de  julio-, y mencionadas nuevamente en agosto y septiembre por otros autores.

 

Reuniendo todas las sugerencias, un armisticio/tratado viable podría tener este aspecto: Occidente renuncia a sus planes de instalar bases de la OTAN en Ucrania, y Kiev renuncia a impedir o condicionar el comercio entre las industrias en el este de Ucrania y Rusia; a cambio, Rusia deja de apoyar la rebelión en el este de Ucrania y cede Crimea de nuevo a Kiev (con la condición de que la base naval allí permanezca en manos de Rusia, como antes, aunque con mejores garantías). El armisticio/tratado también podría contener disposiciones específicas que obliguen a Rusia a no obstaculizar la entrada de Ucrania en la zona económica europea, y que obligue a Ucrania a: (a.) Permanecer neutral política y militarmente  («Finlandización»), y (b.) Prevenir el dumping en Rusia por las empresas que regula. Por último, el armisticio/tratado podría conceder a la población del este de Ucrania, en lugar de la independencia, una autonomía sustancial regional, no solo cultural (regulación local de cuestiones lingüísticas y religiosas), sino también económica (por ejemplo, la regulación local de las exportaciones) y militar (una Guardia Regional en lugar de la temida Guardia Nacional, llena de neonazis anti-rusos).

 

Y habría paz… de inmediato.

 

Así, en cinco publicaciones con autoridad que aparecen este verano y otoño, una nueva visión de los acontecimientos en Ucrania aparece de repente, una visión que contradice las descripciones oficiales dadas hasta ahora. Esta nueva visión, revelando lo que está verdaderamente en juego en el conflicto actual, nos da el poder para levantarnos resueltamente y exigir el cese al fuego, seguido de inmediato por las negociaciones. Dado que ahora somos capaces de ver que la base de un acuerdo potencial realmente existe. Por supuesto, la pregunta sigue siendo: ¿cómo conseguimos que las partes en conflicto también vean esto?

 

El editorial de Gabor Steingart indica un método a seguir. Steingart describe la lección que Willy Brandt (entonces alcalde de Berlín y posteriormente canciller de Alemania Occidental) dio al mundo después de la construcción del Muro de Berlín por los soviéticos en 1961. Esa pared era una bofetada en la cara y podría haber significado el fin de cualquier diálogo entre Oriente y Occidente. Y sin embargo, Brandt no despotricó, ni atacó o reclamó sanciones o blandió una espada. En cambio, trabajó pacientemente para conciliar a los dos lados y, poco a poco, lo logró. ¿Su método? Renunciar a la venganza. Reconozca el estatus quo impuesto a usted, a fin de cambiarlo. Identifique los verdaderos intereses en juego y señale posibles soluciones de compromiso. Cree vínculos entre las partes involucradas, sin exclusiones, promoviendo así con el tiempo el acercamiento y la reconciliación. Y, sobre todo, sienta y haga que otros sientan la compasión – incluso hacia los peores enemigos de uno.

 

¿Podría Brandt servir de modelo para los líderes que hoy están involucrados en la crisis de Ucrania: Merkel, Obama, Porošenko y Putin? Steingart cree que sí. ​​De hecho, él escribió su editorial para pedir a la canciller alemana Merkel que siga el ejemplo de su predecesor. Y en estos días, por sí misma, Merkel ha estado usando las tácticas de Brandt. Por ejemplo, ella llama constantemente a aquellos líderes que no suelen hablar entre sí, y de esa manera los mantiene prácticamente en contacto. El presidente ruso también parece estar promoviendo el diálogo. Aunque continúa proporcionando “asistencia” (y no solo de tipo humanitario) al este de Ucrania, Putin ha declarado que está dispuesto a hablar con cualquier persona en cualquier momento. Él incluso logró que Porošenko acepte, durante una reunión regional en Minsk el 26 de agosto, a sentarse y discutir cara a cara sobre el conflicto actual durante dos horas – algo que no había ocurrido en meses. Las negociaciones fueron “muy difíciles y complejas”, declaró Porošenko después, pero aún así, “positivas”: permitió crear a los dos hombres de estado un espacio de contacto permanente para continuar trabajando en los detalles. El diálogo ha comenzado.

 

¡Pero, espere un momento! ¿Y qué pasa con el cuarto protagonista en el conflicto de Ucrania, que aunque no está presente en Minsk, sí proyecta una larga sombra sobre la reunión allí: Barack Obama?

Por desgracia, en Washington los neoconservadores – los consejeros ultraconservadores echados de la Casa Blanca después de la derrota de George W. Bush – se han colado de nuevo y ahora están presionando a Obama para hacer campaña por la vieja visión bipolar del mundo que Bush famosamente resumió en estas palabras: “O estás con nosotros o estás con el enemigo”. Precisamente lo contrario al diálogo y a la reconciliación.

 

¿Por qué esta insistencia en bipolarizar al mundo?

 

Hay al menos dos razones, una externa y otra interna.

A nivel internacional, los neoconservadores (y sus influyentes y adinerados patrocinadores) no han sentido felicidad con el acercamiento gradual que tiene lugar entre Europa y Rusia en estos últimos años, como se ve reflejado en el creciente número de oleoductos y gasoductos que parecen estar “cosiendo” y juntando así a las dos masas de tierra; en el creciente número de acuerdos comerciales y financieros Euro-Ruso estipulados; en el creciente número de proyectos conjuntos de investigación para el desarrollo de nuevas tecnologías; y así sucesivamente. Porque todo esto solo puede conducir a una verdadera multipolaridad en el mundo; es decir, un mundo en el que un futuro bloque euro-ruso tendrá el mismo peso y fuerza como China o como… los Estados Unidos de América. Adiós, primacía de EE.UU.

 

Estando bajo la dirección de los neoconservadores (y sus patrocinadores), el golpe de Estado en Ucrania que tuvo el objetivo de socavar a Rusia en su frontera occidental, logró provocar el contraataque de Putin y por lo tanto originar una pelea. Esto les permitió, a su vez, denunciar la “agresión” de Rusia y solicitar medidas para castigarla, lo que tuvo como consecuencia el detenimiento del acercamiento euro-ruso, que era el verdadero objetivo de los neoconservadores. La “belleza” de esta estrategia es que consiguió que los europeos se castiguen a sí mismos, así como a los rusos, permitiendo que los EE.UU. se beneficien de dichas sanciones. En concreto, los países de la UE fueron inducidos a:

 

• congelar parte de sus intercambios económicos y tecnológicos conjuntos con Rusia, obligando a la UE a compensar la situación mediante el aumento de intercambios transatlánticos con los EE.UU. según  las condiciones enunciadas en el próximo acuerdo TTIP (la Asociación Transatlántica de Comercio e Inversión [ATCI, en español], aún en secreto máximo, es un acuerdo de libre comercio que le dará a las corporaciones multinacionales con sede en los Estados Unidos un dominio absoluto sobre las industrias europeas; su aprobación está programada para este año);

• poner trabas en sus proyectos conjuntos con Rusia de ductos de petróleo/gas (o varias trabas, como en el caso del proyecto South Stream), por lo que es necesario importar gas licuado de los EE.UU. para compensar las pérdidas de energía – que, según se afirma, se produce ahora en gran cantidad gracias a las trabas, tomando para sí el relevo de la UE. En otras palabras, además de la dependencia económica y militar, Europa ahora será dependiente de los EE.UU. en cuanto a gran parte de su energía y por lo tanto, más que nunca, será un vasallo.

Todo esto es una lección en un libro de texto sobre la forma de crear un imperio sin disparar un solo tiro.

 

Por tanto, la estrategia internacional neoconservadora rechaza la multipolaridad y vuelve a dividir al mundo en dos bloques, y la línea divisoria va justamente a lo largo de la frontera oriental de Ucrania. Un bloque se compone de Rusia, Irán y China, la columna vertebral de la OCS (Organización de Cooperación de Shanghai), que parece destinado a convertirse en el nuevo «eje del mal». El otro bloque, llamado «Occidente», se compone de todos los demás países del mundo, alineados detrás de los Estados Unidos de América, que les protege del mal, es decir, de la OCS.

 

En coherencia con la política de no tener comercio con el Mal, Obama se niega a comprometerse directamente con Putin y mantiene a Porošenko negándose a negociar con los líderes separatistas. En lugar de diálogo, Washington pide sanciones para paralizar y aislar a Rusia, la prohibición de viajar para excluir a los delegados rusos de encuentros internacionales, y un aumento de tropas de la OTAN a lo largo de las fronteras de Rusia como un medio de intimidación. Del mismo modo, en lugar de diálogo con los separatistas, Kiev elige intimidarlos por medio de bombardeos a sus ciudades con misiles Grad sumamente imprecisos, que matan a civiles indiscriminadamente allí (un crimen de guerra). El 26 de agosto, en la reunión regional celebrada en Minsk, ocurrió el deshielo inesperado en las relaciones entre Porošenko y Putin que acabamos de describir; en consecuencia, para cortar de raíz, dos días más tarde la OTAN distribuyó unas fotos satelitales de vehículos blindados presuntamente pertenecientes al ejército ruso y, aunque no se dieron las coordenadas GPS, supuestamente en territorio ucraniano. Porošenko fue incitado a hacer sonar la alarma contra una invasión de Rusia a gran escala (palabras de las que más tarde tuvo que retractarse) y para pedir la intervención de la UE. No había el más mínimo intento de entender las preocupaciones que provocaron el (supuesto) comportamiento de la otra parte, o para encontrar una manera de reconciliar las diferencias, o simplemente para detener la histeria impulsada por la OTAN y restablecer la calma. El deshielo que acababa de comenzar, terminó por congelarse rápidamente.

 

La insistencia de los neoconservadores en bipolarizar al mundo y demonizar al adversario también sirve a su agenda interna.

 

Al evocar un nuevo eje del mal (OCS), el gobierno puede señalar con el dedo a un enemigo poderoso – al igual que lo hizo con la Unión Soviética durante la Guerra Fría – y justificar un estado de emergencia permanente que puede conducir a un estado policial (el objetivo real de los neoconserevadores). Los ataques del 9/11, por ejemplo, permitieron a los neoconservadores en el Capitolio (y no solo los neoconservadores, por desgracia) a: (1) promover la Ley Patriota, diseñada “para castigar a los terroristas”, pero, en realidad, para que sea posible encarcelar a cualquier disidente sin juicio; (2) extender el espionaje de la NSA (Agencia de Seguridad Nacional) a través de todos los medios electrónicos con el fin “de descubrir a los terroristas”, pero, en realidad, para controlar la vida de cada uno de los ciudadanos; (3) militarizar las policías locales “con el fin de detener los ataques terroristas”, pero, en realidad, para detener cualquier tipo de protesta, como se vio en Ferguson, Missouri, en agosto de 2014. Si la OCS, en efecto, se convierte en el nuevo eje del Mal, su tamaño y fuerza, mucho mayor que la de todos los movimientos terroristas yihadistas juntos, hará que la policía de Estado le facilite el camino de entrada a los neoconservadores y a las otras fuerzas conservadoras en Washington.

 

¿Podemos detener esta tendencia? ¿Podemos detener la avalancha propagandística destinada a bipolarizar el mundo y demonizar a nuestros adversarios? ¿Podemos convencer a nuestros líderes a trabajar por un alto el fuego inmediato en Ucrania y por negociaciones? ¿Y para una política de mayores (no menores) lazos e intercambios con Rusia? La tarea es enorme, dada la formidable influencia a nivel mundial sobre los gobiernos y sobre los medios de comunicación ejercida por los patrocinadores de los neoconservadores (la mayoría están en el “1%” mencionado por Occupy y muchos asisten a las reuniones Bilderberg y Trilaterales). Pero no se debe dejar piedra sin remover. Por ejemplo, peticiones, asambleas o charlas de café que tiendan a desacreditar la versión oficial de los acontecimientos en Ucrania y llamar a la paz, son ciertamente útiles. Incluso si atraen solo un puñado de firmantes o asistentes, igualmente es comunicación cara a cara, y eso también cuenta.

 

Pero sobre todo debemos apuntar a la educación de nuestros líderes y ciudadanos en el procedimiento de conciliación que Willy Brandt puso en práctica cuando se enfrentó con la construcción del Muro de Berlín. El editorial de Steingart en el Handelsblatt fue un intento de hacer precisamente eso. Podemos, por ejemplo, insistir en que los medios masivos paren de demonizar a nuestros adversarios y, en cambio, nos ayuden a entender sus preocupaciones; y estar dispuestos a boicotear los medios de comunicación que se nieguen a hacerlo. Podemos exigir a nuestros representantes electos, si quieren nuestro voto, que expliquen su política exterior tanto como sus políticas económicas, y al hacerlo, siempre mostrar compasión hacia el otro lado. Incluso en nuestras conversaciones cotidianas y los intercambios por Internet podemos fomentar un discurso civilizado, especialmente al tocar los temas de la guerra y la paz, como el conflicto de Ucrania.

 

Asumamos pues estas tareas, estando todo el tiempo conscientes de que será mucho más difícil para nosotros hoy en día (de lo que fue para Brandt en 1961), abrir una brecha en el nuevo muro de Berlín que está siendo despiadada y metódicamente construido a lo largo de la frontera oriental de Ucrania. Porque esta vez, somos nosotros los de Occidente quienes estamos erigiendo el muro.

 

 (Este texto es un extenso escrito en Inglés, de la misma autora, del texto original en italiano, «Ci sono ancora speranze en Ucraina?», que apareció en la revista italiana en línea Megachip el 29 de agosto de 2014, y en Pressenza-Italia el 30 de agosto de 2014).