A toda la gente que nos consideramos de buen corazón, en algún momento se nos presenta la paradoja de si es posible festejar un campeonato del mundo mientas caen las bombas en otros hemisferios.

Definitivamente sí, como seguimos comiendo pese a las hambrunas que todavía no se han erradicado o seguimos utilizando tecnología o combustibles contaminantes, aunque nos preocupe el estado del medio ambiente.

Este tipo de contrasentidos no pueden plantearse en términos absolutos sin pretender caer en el ridículo.

La toma de consciencia es una aspiración, ser “consciente” es una búsqueda que tiene que ver con aprender más allá de lo evidente, extender los límites del conocimiento y obtener conclusiones y resultados reflexivos que prevalezcan por encima de las primeras impresiones.

La consciencia, además, permite ser menos permeable a la manipulación y a ser utilizado. Permite la lectura entre líneas y un entendimiento estructurado sobre conceptos autoelaborados y no en meras repeticiones culturales, sociales, epocales, que pueden ser válidas o no, pero en todo caso nunca absolutas.

Dicho esto, un Mundial de fútbol como cualquier otro evento se efectúa, se efectuó y se efectuará en un contexto global. Dicho contexto está lleno de hechos lamentables, desasosegantes y que avergüenzan a la especie humana. Sin embargo, es importante no caer en la tentación de mostrar al mundo como un monstruo. ¿Qué quiero decir con esto? Que si bien todos tenemos la capacidad destructiva del peor criminal, no debemos considerar al género humano como criminal. Ni a pueblos enteros, a etnias, barrios, clases sociales, grupos, lo que sea.

No es conveniente efectuar generalizaciones degradatorias o despectivas, porque no hay retorno posible, nos iguala en lo decadente y anula toda posibilidad de excepción. Lo contrario, generalizar en positivo, más allá de ser considerado ingenuo, tiene efectos positivos y liberadores. Es por ello que los logros individuales en la ciencia suelen ser considerados avances de la humanidad y las sabias decisiones suelen ser consideradas de sentido común o “pensadas por todos”.

Por una vez decidí agradecer. Agradecer la felicidad. Dejar en el placard esa muletilla que dice que “la felicidad plena no puede existir mientras haya gente infeliz en el mundo”. No estoy diciendo que ese pensamiento movilizador de querer transformar el mundo para que sea un lugar justo para todos deba olvidarse o dejarse de lado. Estoy diciendo que también he de ser consciente que uno se puede encontrar inmerso en una nueva paradoja, “un mejor reparto hace felices a miles, pero infeliz a los pocos que deben compartir sin querer hacerlo”.

No sería posible, en cualquier caso, ser feliz o alegrarse por las desgracias que le ocurren al resto, no nos referimos a este fastigio del cinismo y la mala fé, sino a festejar, valorar y poner de relieve aquello que está bien, aquello que va en dirección ascendente, aquello que ayuda a que la vida siga evolucionando, aquello que aleja la amargura y la desazón, al menos de las mayorías. Pero este acto de populismo puro no puede estar separado de la acción permanente para avanzar en la superación del dolor y el sufrimiento propio y de toda la especie.

Ese es el equilibrio que permite vivir con alegría y felicidad los momentos de lucha permanentes, porque sabemos que sin una sonrisa es imposible crear algo superador de lo mustio e inoperante, sabemos que sin trabajo en equipo, que sin implicarse en el esfuerzo colectivo, tampoco es posible reconducir aquello que no tiene como máximo destinatario el bien común.

Así que cuando mañana vean festejar a millones de argentinos, tengan en cuenta que hay muchos motivos para hacerlo y que forma parte de un recreo en la batalla por la reconstrucción y consolidación de los avances en la Argentina, en la Patria Grande y apuntando hacia una Nación Humana Universal.

La potencia de ese agradecimiento popular dará más fuerza e ímpetu a las labores que se realizan sin descanso para abandonar de una vez por todas este momento histórico tan oscuro que vive la humanidad y dar paso a otra relación entre las personas, los países, las ideologías, las religiones y todos los bandos en disputa.