Jubileu Sul/Brasil
Adital – Por Ana Rogéria

 

Policía y Ejército en las calles. Helicópteros sobrevolando las ciudades. Tropas de choque siempre listas. Caballería. Vehículos especiales. Desde el comienzo de la Copa Mundial de Fútbol, éstas son escenas cotidianas en las ciudades sede y, con esto, una fuerte ola de represión se instaló ante cualquier intento de movilización y protesta social.

 

«Como las policías tuvieron grandes dificultades para contener no sólo a las grandes movilizaciones de 2103, sino también las manifestaciones en comunidades indignadas por los asesinatos de jóvenes por parte de la policía, inundaciones o falta de servicios esenciales, el Estado optó por invertir en el aparato represivo en vez de resolver los problemas que motivan las manifestaciones”, afirma en entrevista Igor Moreira Pinto, integrante del Movimiento de Consejos Populares de Ceará y de la Red Jubileo Sur Brasil.

 

Ya son cientos los casos de violación, aprehensión y detención de manifestantes que protestan motivados por varios cuestionamientos que rondan la realización del Mundial. Y la pregunta provocadora, resalta Igor, continuará siendo actual: ¿Copa para quién?

Truculencia, abuso y violencia policial siguen presentes en estas manifestaciones sobre la Copa 2014. De alguna forma, los movimientos sociales ya estaban preparados para este momento, ¿esperaban que hubiese todo este aparato, teniendo en cuenta las de 2013?

Igor Moreira Pinto – En realidad, hubo un esfuerzo articulado entre los grandes medios de comunicación, los órganos de represión del Estado y la industria armamentística transnacional para que se creara un clima de guerra, que justificara la gigantesca inversión realizada. Decían que era para combatir «black blocs” que amenazaban la Copa, pero, en realidad, todo este aparato se apunta contra los trabajadores en lucha, las comunidades y los movimientos sociales que luchan por los derechos a la ciudad.

 

Entonces, como los policías tuvieron grandes dificultades para contener no sólo las grandes movilizaciones de 2103, sino también las manifestaciones en comunidades indignadas contra los asesinatos de jóvenes realizados por la policía, inundaciones o falta de servicios esenciales, el Estado optó por invertir en el aparato represivo en vez de resolver los problemas que motivan las manifestaciones. Juntando esto con la escalada de autoritarismo, esperábamos sí un clima de guerra en contra de las manifestaciones. Sólo que nosotros no queremos guerra, ni nunca nos propusimos usar la violencia en la lucha por los derechos y la libertad que caracterizan a los movimientos sociales. Nosotros vamos a la calle a denunciar, reivindicar y no guerrear, y lo que estamos viendo son operaciones de guerra en contra de las manifestaciones.

 

¿Es posible sacar de ahí cuál será el legado dejado por la Copa en lo que tiene que ver con la criminalización de las manifestaciones y movimientos sociales?

Igor Moreira Pinto – Mientras las denuncias y reivindicaciones de los movimientos son casi ignoradas, los grandes medios de comunicación y los gobiernos hicieron de los «black blocs” una cortina de humo, superestimando ese fenómeno con una megaexposición en las coberturas y discursos, presentando a la sociedad una falsa amenaza para justificar la criminalización y la represión de los movimientos populares. Los grandes medios de comunicación prefieren silenciar la expresión de los movimientos que cuestionan la estructura social y política de Brasil, así como a las comunidades que luchan por derechos civiles frente a la violencia que parte del propio Estado y extermina a las personas, viola residencias, abusa, reprime a ciudadanos.

 

El gran objetivo de toda esta operación mediática, que usó histéricamente la defensa de la Copa para justificar las escaladas autoritaria y armamentista del Estado, es controlar y reprimir las luchas de los trabajadores de sectores estratégicos de la economía, movimientos que luchan por la tierra, el territorio, los recursos naturales, la vivienda, el transporte, entre otros movimientos sociales, además, claro, de las poblaciones pobres, principalmente urbanas, que se han rebelado cotidianamente en este último año en comunidades, barrios, calles y avenidas de las ciudades brasileras.

 

Con el comienzo del Mundial, hay un claro intento de los medios de comunicación para descalificar las manifestaciones, en realidad siempre lo hubo, pero parece ahora más evidente… ¿Puede hablar más sobre esto?

Igor Moreira Pinto – Los medios de comunicación sufrieron mucho en términos de descrédito a partir de junio de 2013. Su capacidad de pautar a la sociedad cayó mucho. Ciertamente, la Copa es una gran oportunidad para recuperar parte de su influencia sobre las opiniones, sin ser confrontada por visiones críticas en relación con su cobertura. La Copa en Brasil y la selección son perfectas para crear una homogeneidad dócil y bajo fácil control de las instituciones que fueron desmoralizadas en 2013, como los propios medios de comunicación tradicionales, inclusive encubriendo los conflictos cotidianos, cosa que no venía consiguiendo hacer últimamente.

 

Para esto era necesario aislar la voz de los insatisfechos, sobre todo los damnificados por las remociones, desalojos, intervenciones arbitrarias, persecuciones… Así, se hizo muy difícil para esas personas y sus movimientos expresarse, pues el contenido de sus manifestaciones no aparece en los medios de comunicación, y además tienen que enfrentar la represión policial legitimada por el discurso mediático y sus rótulos. Pero esa homogeneidad patriótica es etérea, no existe de hecho en ningún rincón a no ser en la TV, se alterará al final de la Copa, y la diversidad de la sociedad, con sus conflictos, continúa manifestándose en las calles y otras esferas de luchas, transformando la cultura política brasilera.

 

Dentro de todo este contexto sobre el cual conversamos, ¿qué significado o nuevo significado tiene el «¿Copa para quién?”?

Igor Moreira Pinto – Al contrario de la evocación patriótica futbolística durante el espectáculo de la Copa, el cuestionamiento a quién sirvió continuará super actual después del evento. Será la hora de cuestionar quién paga la cuenta y quién se benefició con la farra de recursos públicos, proyectos superfluos o mal ejecutados, las propias remociones y otras alteraciones en las ciudades para satisfacer intereses del mercado inmobiliario.

 

Al mismo tiempo, continuarán las resistencias a los proyectos elitistas que desalojan y remueven, impactan las vidas de las personas de diferentes formas, sin traer contrapartidas en calidad de vida para las ciudades. También continuarán las luchas por transporte público y otros servicios urbanos esenciales para la vida de los ciudadanos, que deben ser garantizados como derechos, pero que son tratados como mercadería, no atienden a la población satisfactoriamente y además expolian a través de altas tasas y tarifas cobradas por empresas concesionarias. Luchas por la vivienda, por infraestructura urbana y social no paran de crecer en todo el país. Además de las luchas por la democratización de las instituciones, como reglamentación social de los medios de comunicación y desmilitarización de la policía, por ejemplo.

 

Entonces, al continuar cuestionando «¿Copa para quién?”, continuaremos combatiendo el endeudamiento público en inversiones de intereses privados, las decisiones autoritarias de intervenciones en las ciudades, la limitación de derechos y el estado de excepción. Y en relación con el evento en sí, creo que la sociedad tendrá muchas cuentas por arreglar en términos de gastos públicos, abuso de poder y represión, atribución de responsabilidades.

 

Traducción: Daniel Barrantes – barrantes.daniel@gmail.com