Por Aaron Elberg desde Israel.- En algún momento cesará el fuego. Quizás en un par de días, quizás en un par de semanas, pero en algún momento el tronar de los cañones y los misiles se apagará. Hasta que ese momento llegue, se sumarán aún varios muertos más por un lado, varias decenas de heridos por el otro, cada bando tratando de infligir más daño al otro hasta el último momento, tratando de lograr «la imagen de la victoria».

Y cuando cese el fuego, las cosas lentamente volverán a su aparente normalidad. Las aves de rapiña y demás animales carroñeros buscaran otras regiones y otros conflictos para hurgar en la desgracia humana y sembrar odio y discordia. Los medios de des-información, cada cual según su sistema de intereses, se llevaran sus cámaras y sus filtros humanos, en ocasiones muy burdos y en otras muy sofisticados. Otro tanto harán aquellos que contaminan las redes sociales y las listas de intercambio, sea advirtiendo el avance del fundamentalismo islámico, como si todo musulmán fuera un soldado del Jihad, sea alertando ante una nueva conspiración del sionismo, como si todo judío o israelí fueran asesinos sedientos de sangre.

Y cuando cese el fuego,  y las cosas vuelvan lentamente a su aparente normalidad, aun quedaran aquí los familiares a llorar a sus muertos, muchos cientos por el lado palestino, varias decenas por el lado israelí, todos desconsolados por haber perdido a sus seres queridos en una guerra estéril, inútil, que no lograra ni un ápice cambiar la situación anterior.  Y también  quedaran aquí aquellos que han perdido sus bienes y sus casas, refugiados nómades por primera o segunda o tercera vez.

Y cuando cese el fuego, las llagas abiertas del odio y el resentimiento quedaran más abiertas aún. Miles de niños palestinos sufriendo el horror de los bombardeos sin lugar seguro donde refugiarse, miles de niños israelíes sufriendo el horror de los bombardeos que ni aun los refugios logran disipar. Ambos bandos, tan cercanos pero tan lejanos, alimentando futuras venganzas en las noches de horror.

Y cuando cese el fuego, quedaran aquí los señores de la guerra de siempre. Cada cual justificará los sacrificios (ajenos) hechos en bienestar del propio pueblo, al tiempo que vuelvan a rellenar sus arcas con fondos legítimos del propio pueblo, preparándose para la próxima contienda en un par de años más. Y también quedaran aquí las demandas por siempre postergadas por una sociedad más justa. Israel seguirá volcando fortunas inimaginables en los asentamientos ilegales de los territorios ocupados y en su fortaleza militar, al tiempo que el capitalismo feroz de su sistema de poder destruye a las clases trabajadoras y trunca las posibilidades de desarrollo de los jóvenes. Al mismo tiempo, Hamas volverá a desarrollar su milicia ofensiva, dilapidando el apoyo recibido por los países árabes y los impuestos de su empobrecido pueblo, en misiles en lugar de viviendas dignas, hospitales y escuelas, en túneles y bunkers subterráneos en lugar de un sistema cloacal decente para la zona más densamente poblada del planeta. En este contexto es loable la postura de Mahmud Abás, Presidente de la Autoridad Palestina, quien de un modo constante y persistente clama por resistir a la ocupación israelí de un modo expresamente no-violento. Abás ha declarado en múltiples ocasiones (y obrado acorde) que la resistencia armada solo ha causado al pueblo palestino más perjuicio y sufrimiento que beneficio, sirviendo como excusa israelí para perpetuar la ocupación.

Y cuando cese el fuego, también se irán de aquí los genuinos pedidos de bienestar y las peticiones de pacificación. Y si bien las consecuencias inmediatas del conflicto perdurarán por mucho tiempo en los afectados, estas irán desapareciendo del área de presencia de aquellos no afectados. Así, los pedidos se reorientarán hacia los necesitados del momento, y es humanamente razonable que así sea, porque ¿cómo se puede lidiar con tanto sufrimiento al mismo tiempo?

Y entonces, ¿que hacemos? Seguimos alegre o tristemente nuestro camino hasta que volvamos a encontrarnos dentro de dos o tres años, exactamente en el mismo lugar? Esperar que aquellos que detentan el poder hagan algo por cambiar esta situación es ingenuo, porque todo cambio es ajeno a sus intereses, sean de un bando o del otro. Es por eso que las declaraciones, las juntadas de firmas, las manifestaciones y todo tipo de actividades de repudio a la guerra tienen valor en cuanto afirmación de una postura que no tolera la violencia, pero no servirán para modificar la postura de los poderosos.

Y entonces, ¿que hacemos? No hay otro medio que este: despertar la fe en que la conversión de la vida invertida es posible.

Son tantos los pedidos, los clamores, los reclamos, los llamados que hacen los humanistas de todas las latitudes por la solución de este conflicto que lo más coherente que se me ocurre es hacer un llamamiento a todo el pueblo humanista, a todos aquellos que tengan interés y gusto, a venir a esta tierra a la vez tan fascinante y tan terrible, que ha visto despertar en ella lo mejor del ser humano pero que también lo ha visto en algunos de sus peores momentos, a traer aquí un renovado Mensaje de paz y humanismo. No en vano Silo mencionó a Israel y Palestina, entre otros, como lugares de un especial interés.

Hace poco un amigo preguntaba: “¿será que los humanistas estamos demasiado adelantados al sacralizar la vida humana?” si esto es así, pues qué se manifieste en este lugar tan necesitado.

El cambio que anhelamos no sucederá por sí mismo. En muchísima gente, jóvenes y adultos, se ve una gran desorientación. El camino de la reconciliación, en lugar del camino del resentimiento y la venganza, no está claro. Hacen falta guias que muestren el camino.  ¡Seamos esos guías!.

 

Aaron (Alejandro) Elberg vive en Israel y es  activista por la paz y la no violencia.