TED: El escritor Jimmy Guterman toma la temperatura a la sociedad y profundiza en las razones por las que hoy todos hablamos de la desigualdad.

El libro “El Capital en el Siglo XXI”, de Thomas Piketty, es el libro del momento. Puede tratarse del más erudito e intelectual bestseller desde Breve Historia del Tiempo – y es bastante más extenso que la delgada guía de Stephen Hawking. El tomo de 577 páginas de Piketty (685 incluido el índice) argumenta que la desigualdad económica está en crecimiento y que esto es muy malo. Este argumento está resonando al mismo tiempo que las voces de los políticos de todos los tipos de democracia en varios continentes, quienes también argumentan que la desigualdad está en crecimiento y que esto es malo. Los políticos están dando respuesta a algo que sus electores ya conocen.

Esta fascinación por la desigualdad económica no es una pronta reacción a un evento externo, sino una reacción tardía, un caso de stress cultural post traumático. Tras varias mediciones, la crisis económica mundial empezó hace siete largos años. Pudiese haber sido necesario ese largo tiempo para que el susto deba ser comprendido; los recientes argumentos que acompañaron a la divulgación de las memorias del ex Secretario del Tesoro de Estados Unidos, Timothy Geithner, sugieren que las heridas aún están abiertas. Pero, tal como el famoso refrán dice: “Usted no quiere que una buena crisis se desperdicie”, ¿dejaremos que este creciente interés en la desigualdad económica se convierta en algo útil, o lo dejaremos desvanecer?

El libro de Piketty no se dedica a definir el momento, sino que considera los síntomas del momento. La Senadora Elizabeth Warren está intentando vender su nuevo libro, A Fighting Chance, que por una parte es una autobiografía política estándar, y por otra una indignación moral ante la desigualdad. (Entre los políticos en tiempos recientes, John Edwards puede ser el que más frecuentemente ha hablado con emoción acerca del tema de la desigualdad, pero se trata de una figura pública bastante dañada como para seguir llevando la posta). Dos recientes movimientos políticos estadounidenses de corta vida, Occupy de izquierda y Tea Party de la derecha, fueron concebidos bajo la idea de que algo fundamentalmente injusto estaba ocurriendo. A pesar de que los dos ofrecieron diagnósticos drásticamente distintos, ambos vieron a EUA como alejándose irrevocablemente de la justicia.

Y no es solo en Norteamérica que la fisura está creciendo entre el aproximadamente 1% de ricos y los demás. Es un problema global. En Rusia, 110 billonarios controlan el 35% de la riqueza nacional (y 93% del país tiene recursos por menos de $10,000). La global “carrera cuesta abajo” de costos laborales lleva a tragedias como el colapso del edificio Rana Plaza ocurrido el año pasado en Bangladesh, considerado el más mortífero accidente de la historia en una fábrica de prendas, el tipo de evento que puede ocurrir solo si el modus operandi económico consiste en la explotación de muchos a favor de las necesidades de unos pocos. Incluso países que alguna vez fueron elogiados por su relativa igualdad económica, como Suecia, están viendo hoy cómo los ricos toman para sí un gran porcentaje de la riqueza nacional. El coeficiente de Gini, una medición de la desigualdad en los ingresos, muestra que existe hoy más disparidad entre los ricos y los pobres en Sudáfrica que la que hubo durante el apartheid. Quizás, la evidencia más vívida de la naturaleza de la desigualdad es el tipo de nuevo hogar del magnate Mukesh Ambani, en Mumbai: un rascacielos de 27 pisos, 400.000 pies cuadrados, además de contar con una «piso médico» y un salón de baile de gran tamaño.

Por supuesto que la vida siempre ha sido injusta. Los movimientos utópicos que prometen hacer frente a esto tienden a evaporarse o bien transformarse en distopías, como ocurrió en la URSS. (Para ser justos, algunos argumentan que el llamado de Piketty a crear impuestos a la riqueza en el mundo, es también una utopía). La desigualdad ha sido un tema de libros bestsellers en Occidente, al menos tanto como lo fue el Nuevo Testamento (en particular, la versión del Rey James). Los recientes libros de Piketty y sus numerosos amigos muestran que el problema de la desigualdad puede haber empeorado en las últimas décadas, pero que en el pasado ha sido malo, incluso peor que ahora. La desigualdad no es algo nuevo. Lo que es nuevo es la atención que está teniendo – y lo rápido que ese reconocimiento se está trasladando desde la retórica hacia la política. Un referéndum nacional en Suiza ha permitido que los accionistas puedan poner un tope a los salarios ejecutivos. Tratándose de un país cuya riqueza se basa en gran parte en albergar la mayor oferta de bancos oscuros que pueda ofrecer cualquier país democrático, es un comienzo esperanzador.

El deseo, si no se trata de aún de la intención, de reducir la desigualdad de los ingresos puede ser también una moda pasajera, pero no significa que esté mal. A veces una moda puede ser el presagio de un cambio. Las modas producen soluciones simples que no necesariamente responden a los múltiples matices de los problemas complejos (usted perderá peso si hace un solo cambio en su dieta o en su comportamiento, su empresa será comprada por Google si usted sigue estas 10 leyes del éxito), pero también traen una luz a esos problemas.

Así que puede usted considerar la luz que se lanza hoy sobre la desigualdad de ingresos como la versión económica de moda, un cambio que puede hacerse en el “largo de la basta” por un mundo mejor. Puede parecer ridículo comparar algo tan elevado como la investigación económica con la cultura pop, pero el caso es que el tema está en el mismo continuo. Es fácil burlarse de las bien intencionadas celebridades como Bono o Angelina Jolie, quienes hacen de la desigualdad su problema público. Es un juego justo el reconocer que hay algo de narcisismo en el hacer el bien de las celebridades. No quisiera contar con una estrella de rock o un actor de cine liderando una revolución, pero tampoco quisiera impedirles ser parte de la fiesta. Solo porque algo empieza como una moda no significa que debe mantenerse como tal. Cada vez que un 1% reconoce el problema y propone una solución, ya sea que ese 1% sea un artista, un inversor de Omaha asombrosamente exitoso, o un empresario de software que se ha convertido en el filántropo más importante de nuestro tiempo, se abre un espacio para la esperanza.

La desigualdad nunca desaparecerá. Re direccionar una parte de la gran riqueza hacia las necesidades de las masas, es solo un pequeño paso en la dirección correcta. Pero es la dirección correcta. Cualquier cosa que pueda ayudar a darle un giro al enorme y lento transatlántico en el que vivimos todos, y que inexorablemente se dirige hacia una gran caída de agua, algo de tanto peso como el capital o tan leve como un artículo de consumo que esté a la moda porque simplemente es de color rojo, debe ser bienvenido.

Jimmy Guterman es director de edición de Collective Next y curador de TEDxBoston. Ha dado charlas en TED University en 2008 y en TED2012.