Fotos de Ezequiel Papania

Comunicado de prensa de Abuelas de Plaza de Mayo

Las Abuelas de Plaza de Mayo tenemos la enorme alegría de informar que hemos encontrado a la hija de Oscar Rómulo Gutiérrez y Liliana Isabel Acuña, desaparecidos el 26 de agosto de 1976. Liliana cursaba entonces el quinto mes de embarazo.

El 31 de octubre de 2013, una joven se acercó a Abuelas con dudas sobre su identidad y fue recibida por el equipo de Presentación Espontánea de nuestra institución. Ante los fuertes indicios de que podría tratarse de una hija de desaparecidos, fue derivada inmediatamente a la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (Conadi) para que se ordenara la realización del examen de ADN.

Felizmente, los resultados del análisis efectuado en el Banco Nacional de Datos Genéticos indicaron que la joven es la hija de Liliana y Oscar.

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Sus padres

Liliana Acuña nació en la ciudad de Buenos Aires el 30 de mayo de 1952. Oscar Rómulo Gutiérrez nació el 17 de abril de 1951 en La Tablada, provincia de Buenos Aires. Ambos eran militantes de la organización Montoneros. Oscar era hincha de Independiente, sociólogo, se había inscripto en la carrera de Ciencias Económicas y trabajaba como empleado administrativo en una empresa metalúrgica. Liliana estudió algunos años la carrera de Veterinaria y luego se pasó a Agronomía. Trabajaba dando clases particulares de Matemáticas.

El 26 de agosto de 1976, aproximadamente a las 6.30 de la mañana, el matrimonio fue secuestrado en su domicilio de la localidad de San Justo, en el partido bonaerense de La Matanza. El operativo fue llevado a cabo por doce hombres vestidos de civil que portaban armas largas e irrumpieron bajo amenazas de muerte en la vivienda. Ese mismo día, en ese operativo, también secuestraron a la hermana de Liliana, Elba Eva Acuña, y su esposo Hugo Alberto Saez.

Oscar y Liliana, embarazada de cinco meses, fueron introducidos por la fuerza en un automóvil. Posteriormente, un grupo de hombres de civil saqueó los bienes del matrimonio. Fueron trasladados a la Comisaría 4° del partido de San Isidro, denominada «Las Barrancas», provenientes de otro sitio con evidentes signos de haber sido torturados.

La pareja fue alojada junto a otras doce personas en el sótano de esa comisaría, en un sector especial con acceso restringido al personal policial. Dependían directamente del Área 420 del Ejército Argentino, bajo jurisdicción de la Escuela de Comunicaciones de Campo de Mayo.

A través de un agente de esa comisaría, los familiares de Liliana y Oscar pudieron saber que los jóvenes estaban con vida, aunque en pésimas condiciones, y que el embarazo seguía adelante. El mismo agente, tiempo después, les contó que Liliana había dado a luz a una nena en San Martín, en diciembre de 1976 o enero de 1977.

Luego de que las autoridades de la Comisaría tomaran nota del contacto de este agente con los familiares de los detenidos, Oscar, Liliana, Elba, Hugo y el resto de sus compañeros de cautiverio fueron trasladados hacia un lugar desconocido. Toda la familia permanece desaparecida. Sin embargo, gracias a los avances de la justicia el caso de Oscar y Liliana permitió que Santiago Omar Riveros fuera condenado en 2013 durante el juicio por los crímenes de Campo de Mayo.

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Sus abuelos

La Abuela Vilma Delinda Sesarego de Gutiérrez nació en Arenasa, un pueblo cercano a Lincoln, provincia de Buenos Aires. Era maestra. Su marido, Oscar Rómulo Gutiérrez, era un médico de origen boliviano, nacido en Santa Cruz de la Sierra.

Ante la desaparición de su hijo y su nuera embarazada, Vilma salió a buscarlos. Junto a otras once mujeres fue una de las fundadoras de Abuelas de Plaza de Mayo.

Sus compañeras la recuerdan como muy lúcida y suspicaz, dicen que era difícil engañarla con datos o denuncias falsas. Cuando las primeras reuniones de las Abuelas se realizaban en la provincia de Buenos Aires, muchas veces se hacían en su casa de San Justo.

Entre las innumerables gestiones que realizaron para intentar encontrar a sus familiares desaparecidos, el abuelo Oscar llegó a entrevistarse con el genocida Jorge Rafael Videla en Bolivia.

La Abuela Vilma falleció hace solo dos años sin poder abrazar a su nieta. Sin embargo, la nueva nieta tiene dos tíos que podrán contarle sobre su luchadora Abuela.

La Abuela Rosa González era cordobesa y su marido, Fredervindo Acuña, correntino. Ella era peluquera y modista y llegó a ser delegada gremial en una fábrica textil. Su esposo trabajaba en la Marina Mercante, en un puesto menor. La familia siempre vivió en el partido de San Martín.

Junto a Vilma, Rosa se sumó a la búsqueda de su nieta nacida en cautiverio, pero también falleció antes del encuentro.

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El caso

El 31 de octubre de 2013, una joven se acercó a Abuelas de Plaza de Mayo con dudas sobre su identidad. Durante la entrevista con el equipo Presentación Espontánea, relató que quien figuraba como su madre en la partida de nacimiento le había contado que el 31 de diciembre de 1976 había sido entregada por personal de la Policía Bonaerense a quien figuraba como su padre, también miembro de esa fuerza. La historia que le narraban decía que había sido encontrada abandonada en la Ruta 2, en Florencio Varela, por policías que, como sabían que el matrimonio apropiador tenía otro hijo no biológico, le ofrecieron a la beba.

Por otra parte, desde 2011 existía también una denuncia, con sospechas de que podía ser hija de desaparecidos.

Luego de su acercamiento a Abuelas, la joven fue derivada prontamente a la Conadi y, el 8 de noviembre de 2013, el BNDG realizó el análisis de ADN. Ayer, ese organismo informó el resultado: es hija de Liliana Acuña y Oscar Gutiérrez.

Una vez más, a pesar del tiempo transcurrido y las huellas que intentaron borrar, la verdad triunfa sobre la mentira. Sin embargo, no deja de dolernos que las Abuelas Vilma y Rosa no hayan podido conocer a su nieta.

El tiempo corre, los familiares quisiéramos tener la posibilidad de abrazar a nuestros nietos y nietas que desde hace más de 36 años estamos buscando.

Ya son hombres y mujeres, muchos tienen hijos, trabajo, amigos. Las Abuelas deseamos con la urgencia del tiempo que corre que se animen a enfrentarse con su historia. Les ofrecemos certezas, respeto a sus necesidades. A ellos y ellas les repetimos que no están solos, que los espera la libertad.