El discurso dominante en Argentina intenta demostrar que el kirchnerismo fracturó el país. Tirando por la borda la historia argentina donde siempre hubo divisiones feroces desde civilización y barbarie, siguiendo por criollos y extranjeros o la más reciente de peronistas y radicales.

La posición hegemónica de los medios dominantes no sólo controlan los contenidos que reciben los televidentes sino también a buena parte del poder judicial, que suele blindar a los grupos corporativos con medidas cautelares o fallos que los favorecen.

Estas dos circunstancias, el gobierno de Cristina Fernández intenta combatirlas, primero con la ley de medios, de aplicación tímida, que no ha conseguido desbloquear la situación de inseguridad informativa que vive la población. Aunque hemos de admitir que el poder ejecutivo ha hecho pesar su influencia a través del Fútbol para Todos y ejerciendo presión con la pauta oficial que permite la subsistencia de varios medios poco lucrativos y fomentando la aparición de medios alternativos.

La segunda parte de esta estrategia de combate radica en las propuestas de reforma del poder judicial que ha presentado la presidencia en las dos cámaras del poder legislativo. Hasta ahora han conseguido la media sanción y necesitan la ratificación de la otra mitad de los legisladores. Esta lucha tampoco ha sido gratuita, ya que los empleados judiciales han iniciado una huelga de 72 horas y varios juristas notables se oponen a la transformación reclamada por el grueso de los fiscales y jueces de la democracia.

A esta fraccionada disputa debemos incluir las protestas de diversos sindicatos que se oponen a pagar impuestos a las ganancias y a los agroexportadores que no quieren ser fiscalizados en sus negocios.

El 18A

Esta fuerte polarización se vio reflejada en la masiva movilización que ocupó el centro porteño la noche del jueves 18 de abril. Un par de cientos de miles de personas salieron a la calle a manifestar su rechazo a las políticas del gobierno. Una mezcla de colectivos y autoconvocados, entre los que se encontraban, además de los ya citados, los opositores al matrimonio igualitario, los negacionistas del terrorismo de estado de la dictadura, numerosos dirigentes de la oposición que no pudiendo hacer valer su disenso en las urnas, ni en el Congreso, se expresan en la intolerancia junto a aquellos que sienten atropellados sus derechos. Es decir, aquellos que prefieren ahorrar en monedas extranjeras, los que consideran que debe liberalizarse la economía, aquellos que piden la intervención extranjera y los que se oponen a las expropiaciones.

Sería injusto no incluir en este listado a las personas que de buena fe consideran que el sistema democrático argentino es una dictadura y que se vive bajo la censura y el terror.

De todos modos, los reclamos se centraban en la no intervención de la política en el Poder judicial y en denunciar la corrupción que ejerce en total impunidad el gobierno. A las denuncias de pago a los pobres de ayudas sociales, hay que sumarles la construcción de casas, escuelas y hospitales como forma de compra de votos; hay que sumarle el show mediático de los últimos días creado alrededor de unas declaraciones pintorescas de lavado de dinero de la familia Kirchner con evidencias fraguadas y con testigos que se desdijeron en menos de 48 horas de hacerse públicos los testimonios.

Los últimos estudios de opinión mostraban a una presidente al alza por su intervención y la de sus militantes y seguidores durante las catastróficas inundaciones que ocurrieron en el país. El resto de presidenciables están en caída libre, en parte por gestiones de gobierno desastrosas y también por declaraciones desafortunadas. Quien sacara más votos por detrás de Cristina en las últimas elecciones presidenciales, el santafesino Hermes Binner, marchando junto a los indignados del 18A dijo “Hay un estado de malestar en la población con la democracia porque, verdaderamente, no le soluciona los problemas”. Esto ayuda a entender por qué se refieren a un gobierno democrático como dictadura sólo porque lleva adelante políticas que benefician a unos, relegando privilegios injustos de las minorías.

No podemos dejar de decir que este modelo productivo argentino ha hecho más ricos a los ricos, gracias a la escalada social de una buena parte de los argentinos. Lo que se discute es el reparto de las riquezas, de las tierras, el rol del Estado y la preponderancia de lo nacional frente a lo importado.

Caprilistas en Buenos Aires

Los antichavistas dieron un toque de color a la marcha del jueves. Quienes desafían la voluntad de la mayoría reclamando fraude e incendiando hospitales, también participaron del acto democrático de manifestarse y expresarse en la vía pública, hecho que deja en entredicho la definición de dictadura de este momento histórico en la Argentina.

Claro, que con ejemplos como el del socialista Binner que dijo que hubiera votado por Capriles en octubre pasado o que ahora describe a la población como cansada de la democracia, lo que es el estado de derecho y lo que es la ficción se entremezclan. Lo que dice la televisión, repetido hasta el hartazgo ha taladrado el sentido común de muchos y ha impermeabilizado los corazones que se han vuelto incapaces de sentir felicidad por los derechos conquistados por los otros: homosexuales, travestis, indigentes, trabajadoras domésticas, cooperativistas, jubilados sin haberes, desocupados, embarazadas, músicos, actores, víctimas del terrorismo de estado, pueblos originarios y tantos otros.

Ningún funcionario niega todo lo que queda por recorrer para que la Argentina sea un país más justo, más democrático y más humanista, pero no es negando la política que se podrá conseguir esto.