Todos tenemos distintas visiones de una persona exitosa, pero si analizamos el concepto arraigado en la gran mayoría de las personas el éxito se encuentra muy relacionado con la imagen de alguien «ganador». Y por contrapartida fracasar está totalmente relacionado a ser «perdedor». Si toda una sociedad idolatra al ganador, quien no alcanza el éxito es un fracaso, es un perdedor, es una persona desvalorizada, insegura, desmoralizada. Y me quedo con la última palabra, «desmoralizada». Leamos el significado según la Real Academia Española para «desmoralizar»: corromper las costumbres con malos ejemplos o doctrinas perniciosas. Desalentar (quitar el ánimo). También es oportuna la definición de la web wordreference.comHacer perder a alguien el valor, el animo o las esperanzas. En este mundo «con un podio para tres», si aceptamos el concepto de éxito actual, la enorme mayoría quedamos como perdedores. Quedamos fracasados y desmoralizados. Sin valor, sin ánimo, desesperanzados. Y la falta de futuro, el sentirse devaluado, lleva inmediatamente a la primer parte de la definición de la RAE: la corrupción. Esa corrupción que no está necesariamente ligada al dinero, sino, antes que nada, ligada a la corrupción de los sueños, de las aspiraciones más profundas, esas que motorizaban los sueños que teníamos de chicos y que nos sirvieron quizás de norte durante la adolescencia. Y tras esa corrupción de las aspiraciones, esa alteración de la forma y estructura de la imagen de futuro, cancelamos el futuro soñado, y ejecutamos esa supuesta «vuelta a la realidad». Esa vuelta relacionada con aceptar el «orden social» o «mandato cultural» que se impone, y que indica que los ganadores son pocos, que no nos va a tocar, que mejor es hacer lo que hace la mayoría. Entonces nos acomodamos en algún «rincón de la vida y la rutina» guardándonos los sueños en el bolsillo para vivir una vida promedio, sin tanto brillo, sin tantas ideas «locas» fuera de escala que no conducían a nada, que nos hacían perder el tiempo.
El concepto de persona exitosa actual es un fracaso. Y lo es en tanto y en cuanto genera enormes cantidades de sufrimiento y frustración en el mundo impidiendo que todas las personas se desarrollen y hagan su mejor aporte al mundo. El éxito se convirtió en una carrera por el prestigio, por el sentirse superiores, por el poder, por acumular, por ganar. Para ser exitoso hay que competir, y en la competencia habrá necesariamente perdedores, porque no puede haber un ganador si por contrapartida no hay quien pierda, por lo tanto en cuanto se entra en «el juego» se acepta y convalida la existencia de los perdedores que permitirán convertirse a la otra minoría en ganadores. Entonces el ganador subirá al lugar más alto, se le dará quizás el trofeo más grande, los aplausos, el premio económico más grande, y recibirá la mayor atención. Sea en el deporte, en el estudio, la cultura o en las empresas este esquema de ganadores y perdedores se repite. Y es por esencia un concepto violento que anida en la cultura de casi todas las sociedades del mundo actual. Siendo que es un concepto que no admite que todos sean ganadores, y que muy por el contrario, demuestra en la práctica como son unos pocos, muy pocos, en relación al universo de habitantes y oportunidades.
Todo esto genera muchas preguntas para reflexionar…
¿Por qué no nos preguntamos por qué no podemos ganar todos? ¿Qué cosa impide que todos ganemos? ¿Es necesario «ganar»? ¿Cuál es la necesidad de sobresalir y posicionarse por encima de…? ¿Qué inseguridad compensa? ¿Qué tanto tiene que ver con el egoísmo y la insolidaridad? ¿Por qué se necesita poner rankings y definir cuáles son mejores qué…? ¿Acaso mirando a la naturaleza uno puede decir que tal árbol es mejor que tal otro y que es un ganador? ¿Por qué necesitamos tanto mirar y marcar las diferencias y no lo que cada cual puede sumar y aportar al mundo tal y como es sin ganarle a nadie? ¿Por qué no podemos aplaudir a todos por igual sin despreciar a nadie, sin desvalorizar, sin presionar, sin hacer sufrir, sin violentar? ¿Por qué no podemos disfrutar de hacer algo con otros sin que eso implique derrotarlos? ¿Realmente no competir inhibe la pasión? ¿No puede haber un objetivo más noble y elevado que derrotar y superar a otros? ¿Cuánto tiene que ver con elevar y purificar el deseo individal y social?
Hasta que no pensemos al mundo como un mundo de iguales, de pares, donde todos seamos igual de valiosos, de importantes, de necesarios, y actuemos en consecuencia, no dejaremos atrás la violencia y la insolidaridad. Precisamos evolucionar la educación, la cultura y la economía. Lógicamente no podemos aspirar a un mundo solidario y no-violento si precisamos que haya perdedores para sentirnos mejores. Si sostenemos una cultura económica de competencia, mercados y especulación sumado a un perverso universo de manipulación de la subjetividad para la imposición de valores insolidarios, seguiremos avalando este fracasado concepto de éxito y seguiremos avalando la violencia en todas sus formas. Por lo tanto si sostenemos esta ilusión de éxito seguiremos fracasando en la realidad actual y en el futuro.
Allí donde estemos debemos pensar en términos superadores evitando generar ganadores y perdedores, valorando lo que cada cual tiene para mostrar, aportar y desarrollar como pares. La competencia en cualquiera de sus formas conlleva la violencia intrínseca de dejar a alguien por debajo de los demás. No podemos desear un mundo solidario y al mismo tiempo promover el exito insolidario. No podemos crecer como sociedades si avalamos la creencia de que hay personas mejores y personas peores, porque esa diferenciación es producto de una cultura, una economía, una visión y una sensibilidad que estamos obligados a mejorar, porque de lo contrario el abismo de la violencia y la auto-destrucción se ampliará a cada momento.
Como tan sabiamente nos pidió Gandhi: seamos el cambio que queremos ver en el mundo.
Cultivemos una cultura de iguales y con el tiempo cosecharemos una sociedad humanizada y solidaria.