I. Razón

Hoy es común escuchar hablar de “crisis”. Este vocablo tiene sentido en cuanto problemática final generada
por un proceso, como conclusión de un acontecer, que ha tenido un “tempo” histórico anterior. La crisis
entonces cierra ese proceso, pero opera al mismo tiempo, como umbral de ingreso a uno nuevo. Su
peso indudable es que el presente se nos aparece como escisión entre el pasado ya vivido, con su carga
de aciertos y errores percibido como lo que ya fue, en contraste con el futuro, cuya característica es en
definitiva lo incierto, lo que podrá o no podrá ser. Tal situación se nos manifiesta tensa e insatisfecha
provocando la imperiosa necesidad de salir de la misma.

Pero cabe preguntarse que si hoy hablamos de crisis, esta ¿se refiere a una crisis del ser humano como
individuo que percuta en lo social y por tanto en lo histórico?, ¿se trata de una crisis de carácter temporal,
de ajuste parcial en referencia solo a lo económico, como es dado escuchar en las informaciones?, ¿qué
es lo que en definitiva está en crisis entonces? No es posible separar estos componentes, toda vez que es
el ser humano el que dota de sentido a su propia existencia y desde allí configura lo social. Cabe concluir
que lo que está en crisis entonces, es la vida humana en su ineludible configuración personal y social. Por
ello es necesario antes de cualquier análisis, afirmar que la sensación de crisis que se experimenta hoy es
histórica y existencial en el ser humano. Observar esto en una dimensión apropiada, nos exige situarnos en
una mirada que esté por encima de lo particular, de la fragmentación que opera en los distintos y diversos
puntos de vista sean políticos o económicos y que postergan la centralidad del ser humano en su situación
actual y en definitiva en su proyección futura.

Existen dos maneras de acometer tal tarea, una es partir de lo que el ser humano busca y la otra es hacerlo
desde su situación actual. Sin embargo, no es posible definir lo que se quiere a futuro sin comprender el
inquietante presente, que nos arroja de manera imperativa al registro de orfandad, angustia, de opresión,
sumisión o rebelión que se aprecia en los pueblos de distintas latitudes. Cualquier apreciación de la historia,
del presente o el futuro se anuda solo en la búsqueda de sentido, que impulsa todos los acontecimientos
humanos. Por ello las apreciaciones sociológicas y causalistas no pueden dar respuesta, quedando
míseramente relegadas a una infinitesimal parte de las necesidades que nos propone el encarar el momento
actual. Tampoco lo puede hacer el perspectivismo económico, toda vez que éste, está muy alejado de las
verdaderas necesidades del ser humano que, por cierto, van más allá de “lo concreto”, término que define
un obtuso modo del pragmatismo de conveniencia. Por otra parte se exhibe a los adelantos tecnológicos
como sinónimo de progreso social, pero estos ofrecen en su estructura idéntica fragmentación de forma
para un salto verdadero. Esto pareciera ser lo que nos está sucediendo, entonces cualquier argumento en
dirección opuesta que distraiga la centralidad humana no está en condiciones de resolver esta crisis mayor
que nos afecta. Cabe indicar que no se está diciendo que haya en estos diversos componentes sociales
elementos progresivos, sino que no están obedeciendo a un destino definitivamente transformador.

Lo que es claro y debe acentuarse, es que a nivel mundial estamos en una crisis insólitamente grave,
pero se la vive como si fuera solo un motivo sordo de vaga preocupación. Esto es aún más grave, porque
mientras las cosas empeoran, una suerte de “anomia” impide proyectarnos al futuro de manera decidida.
Los especialistas se extravían en curvas y proyecciones estadísticas y la gente común se refugia en círculos
de creencias compensadoras, salvacionistas o catastrofistas que una y otra vez muestran su nulidad, por
la sencilla razón de que en épocas críticas las acciones del ser humano no son posibles de predecir. Esto
aumenta la presión interna porque en definitiva, no sabemos qué va a pasar.

Hacemos caso omiso que ya no es posible prescindir del hecho de que cualquier dirección dinámica que
asumamos a futuro, depende de la voluntad que, con respecto a él podamos definir. Esta definición no
nos puede ser indiferente, porque está en juego saber con certeza, no solo si queremos vivir (contrastando
esto con la lúgubre forma en la que se vive cuando no hay sentido) y determinar, las condiciones en que
queremos hacerlo. Si podemos avanzar en ello, tendremos que formarnos y educarnos coherentemente en
la dirección de hacernos cargo de lo que nos está pasando, que es la única forma de crear una nueva cultura.
De otro modo quedaremos prisioneros del absurdo de sostener con modificaciones menores un sistema que
ni por lejos favorece la vida humana en toda su magnificencia potencial y que contrariamente la arroja a un
mayor absurdo y sin sentido.

II. Lo Poético

Un elemento nuevo y paradójico en estas definiciones es que comienza lentamente a crecer la sensación
de que ya no se puede sostener una separación entre la razón y el poético sentimiento que yace en la
profundidad del ser humano. Allí radica el fracaso que es necesario asumir, porque tal separabilidad
pertenece al pasado y la conciencia humana por necesidad busca unir los opuestos, en especial en un
mundo en que la marcha distanciada de tales caminos no da respuesta. Por ello es que tanto las religiones
como las ideologías están muriendo, las primeras porque ya no se quiere que el sentimiento religioso
sea administrado por preceptos autoritarios justificados en externalidades que niegan la subjetividad, la
diversidad y la libertad. Las segundas, porque la razón en que se sustentan se ha extraviado en el laberinto
que ellas mismas han creado, convirtiéndose en reglas de cálculo para operar desde el poder de unos sobre
otros. Así es que los templos se vacían y se descree de la razón. Lo poético entonces, como suaves gotas
de humanidad inextinguible, busca por todo medio posible ser ese hilo que una lo terreno con lo sagrado.
Por esto no es raro que el arte sea una delicada forma en que lo humano devela su presente y adelanta
alegóricamente su futuro.

Hay una canción del cantautor chileno, Manuel García llamada “Piedra Negra” que expresa con claridad lo
dicho y se lo puede escuchar en: http://www.youtube.com/watch?v=Y3wHyT8tavA. A riesgo de extenderme
copio aquí su letra:

“Piedra Negra” de Manuel García

Nadie toma por asalto aquello que llamamos la realidad
y ni siquiera un artista revólver de estrellas sabe algo de ella
la realidad ya no es un privilegio, es lo que nos sucede al andar,
sólo al andar, sólo al andar

Pues los artistas atacan su piedra con símbolos que no entendemos
se sientan a mirar su piedra y nos hablan de sueños, de sueños y sueños

Estamos todos frente a una piedra tratando de romperla
con la mirada y no pasa nada ¡no pasa nada!

Estamos solos frente a una piedra
tratando de moverla no………. ¡no!

y los filósofos dicen que la piedra ya se rompió y no lo vemos
se sientan a mirar su piedra y nos hablan de lejos, de lejos, de lejos

y los políticos dicen que todas las piedras son del color de ellos
se sientan a mirar su piedra y nos hablan del pueblo,
del pueblo y del pueblo

Estamos solos frente a una piedra
tratando de moverla con la mirada
no pasa nada no pasa nada

Estamos todos frente a una piedra
tratando de romperla no………. ¡no!
no………. ¡no!

y los hombres de la religión dicen que todas las piedras serán de dios
se sientan a mirar su piedra y nos dicen lo que debemos, lo que no

Estamos todos frente a una piedra tratando moverla
con la mirada y no pasa nada, no pasa nada

Estamos solos frente a una piedra
frente a una piedra negra
no………. ¡no! no………. ¡no!
no………. ¡no!

Esto es lo que cantan con fuerza, desesperación y curiosa alegría nuestros jóvenes hoy. Ojalá podamos
escuchar esa tímida y “frágil voz” que ha guiado a la humanidad desde sus albores. Ojalá que podamos
escucharla por sobre el infernal ruido de tanto discurso vacío, de fanatismos, de guerras, de injusticia y de
postergación. Ojalá encontremos pronto la fuerza para avanzar a un nuevo mundo, distinto, esperanzador,
que la retroalimente más allá de lo que nos es posible imaginar ahora. Ojalá tengamos la claridad suficiente
para que la violencia, en todas sus formas, se entienda como una defensa inútil ante ese futuro luminoso
que hoy, desde insondable profundidad nos llama con urgencia. Entonces esta crisis dejará de provocarnos
temor para levantarse como posibilidad de verdadera transformación personal y social. La piedra negra será
entonces un recuerdo del fin de la época oscura.