«Vivimos en un casino de opereta donde la bola de la ruleta está trucada y un “croupier” sin gracia canta siempre la misma cantinela: ¡Todo para la banca!.  En esta situación,  cada uno  debería preguntarse si quire vivir y en qué condiciones quiere hacerlo… y qué está dispuesto a hacer para conseguirlo».

Los humanistas coincidimos en que hay motivos de sobra para la protesta; casi seis millones de parados, más de 500 desahucios diarios y millones de personas en situación de pobreza y exclusión social. A pesar de ello, el Gobierno de Rajoy continúa con los recortes de los derechos básicos de la población; desmantela la sanidad y educación públicas, suprime derechos laborales, ignora las libertades de expresión y manifestación y reprime las protestas cada vez más generalizadas. La última guinda, la reforma de la Justicia, consagra que sólo los ricos tendrán posibilidad de solicitar su amparo.

La actuación económica de este Gobierno ha consistido básicamente en favorecer una gigantesca transferencia de los recursos del país  para sostener a los bancos. Primero, para tapar los agujeros que generaron con sus maniobras especulativas y, después, para pagar los intereses de una deuda que justamente está en manos de ellos mismos. Vivimos en un casino de opereta donde la bola de la ruleta está trucada y un “croupier” sin gracia canta siempre la misma cantinela: ¡Todo para la banca!

Los humanistas afirmamos que no hay ninguna salida en esa dirección. La situación se irá haciendo más conflictiva para el conjunto de la población y para cada individuo. Este sistema ya ha fracasado irremediablemente. Y también los modelos y creencias en que se apoyaba: el dinero como valor central, el individualismo, el pragmatismo, la obediencia a lo establecido. Pero una huelga general, o cualquier otro tipo de  protesta o intento de transformar la sociedad no irá muy lejos si no se apunta a un nuevo paradigma: considerar al ser humano como valor central.

En las circunstancias actuales, esto significa priorizar una salud y una educación públicas, gratuitas y universales frente a la desigualdad actual;  devolver al pueblo el poder de decisión que le ha sido negado construyendo una democracia real basada en las unidades vecinales; equilibrar la relación entre capital y trabajo mediante la participación de los trabajadores en los beneficios y en la toma de  decisiones de la empresa; crear una banca pública sin intereses que elimine la especulación y la usura del capital financiero que se adueña de personas, empresas y países; promover un proceso de desarme progresivo y proporcional que suprima completamente las armas nucleares y  cuidar el medio ambiente mediante el desarrollo de energías renovables.

No podemos esperar que quienes generaron esta situación nos saquen de ella. Ellos son parte del problema y no de la solución. Es el momento de los pueblos y de los individuos que trabajan diariamente para construir un futuro diferente, que anónimamente ayudan a construir  los conjuntos humanos capaces de hacerse cargo de la situación. Ahora es posible crear un nuevo tejido social y un nuevo vínculo entre las personas, y construir algo nuevo.

Para ello, todos y cada uno deberíamos preguntarnos  si queremos vivir y en qué condiciones queremos vivir, y  qué estamos dispuestos a hacer para conseguirlo. Es esa posibilidad de elegir entre condiciones la que nos define como seres humanos y no como máquinas o instrumentos de las elecciones de otros.