El requisito de la secuencia cronológica hoy ya no es imprescindible, como tampoco la severa condición inicial del blanco y negro y la música grave. Hoy hay saltos en el tiempo, interrupción en un relato para enlazarlo con otro coincidente y reforzar el mensaje y una variedad de formatos y utilización del recurso audio para acompañar de diferentes modos al visual.

Mucha agua ha corrido bajo los puentes desde 1895 y el “cinématographe”, o cinematógrafo portátil de los Lumiere que permitía llevar un artefacto de doble propósito -proyector e impresor- al mundo real. Con él el cine nació como documental cuyo primer nombre fue “cine de actualidad”. Luego vinieron los reportajes y las noticias, los collages sonoros, los diferentes tipos de montaje y diferentes movimientos de plano.

Hace unos días asistimos a la presentación en el cine Gaumont de Buenos Aires de “Tupac Amaru: algo está cambiando”, un filme de Magalí Buj y Federico Palumbo que se ajusta bastante a la descripción incial. Un documental a caballo del modo histórico y del que se denomina “procesal” por mostrar una secuencia de hechos que constituyen -en este caso- una transformación psicosocial. El esquema es simple: en un lugar del país profundo, una líder reúne a su alrededor a una cantidad de personas carenciadas de todo y les insufla coraje para alzarse sobre sus contingencias. Eso es en esencia el fenómeno de la organización Tupac Amaru, nacida en San Salvador de Jujuy como “barrial”; pero que está creciendo en 16 provincias argentinas. Con ese material Buj/Palumbo han construido una narración que gira en torno a Milagro Sala, la fundadora y alma mater de la Tupac Amaru. Su compañero Raúl Noro y otras personas, protagonistas desde los momentos iniciales y actuales referentes, dan su testimonio y cuentan cómo comenzó y se desarrolló tanto la organización como su obra, una auténtica creación colectiva.

La Tupac Amaru es un fenómeno no sólo social sino psicosocial. Tiene características que le dan un carácter único: una profunda mística que expresan en el convencimiento de que todo es posible si se pone el empeño necesario; un sentimiento de autoestima basado en la conversión de sus propias líneas de vida; un sentido de pertenencia al grupo; una reivindicación de sus orígenes étnicos -hay mayoría de descendientes de aymaras- o sociales -clase baja- y una espiritualidad que les ha permitido reivindicar tanto las ceremonias de sus ancestros como recibir la influencia del pensamiento de Silo; en particular, el tema de la no violencia.

Volviendo al documental, tiene un tono alto y colorido, con música alegre y excelentes imágenes, resultado de un buen trabajo de cámara y de compaginación que alterna testimonios pasando de unos a otros para mantener el interés y el nivel atencional. Lo que no se puede decir de este trabajo es que sea aburrido. En nuestra opinión es floja la presentación del proceso de concreción de un objetivo: una casa, un barrio, una fábrica cooperativa. Tal vez si se comenzaba mostrando brevemente el inicio de la construcción de una casa y se iba intercalando su avance con las entrevistas, para mostrarla terminada hacia el final del documental y rematar con la proyección de un barrio completo ya habitado se hubiera cerrado la respuesta a la pregunta: “¿Qué es lo que hacen?” Tengamos en cuenta que están llegando a las 4000 viviendas, hay fábricas, centros médicos, centros deportivos, escuelas primarias y secundarias y esa dimensión del aporte no se alcanza a ver en el filme. No obstante, tiene méritos cinematográficos y le damos la derecha como un producto válido.

Es importante ahora su presencia en los festivales para obtener la mayor visibilidad posible. Tiene la calidad necesaria y el mensaje de superación de dificultades a partir de lo que hay a mano y con una metodología de presionar en forma no violenta, es de interés para toda Latinoamérica y para los países postergados de todo el mundo. Como dice Silo, “el cambio es posible y depende de la acción humana”.